> ARROZ FRITO CON MARISCO <
No son las mejores fechas para hablar de China, los chinos y de todo lo que culinariamente conllevan. Pero no me resisto a contaros mi última cena en un restaurante chino; porque de todo lo que cené esa noche hubo un plato que, por su variedad, su colorido y su versatilidad a la hora de cambiarlo y combinarlo (como casi todo lo chino), fue el que más me gustó: ARROZ FRITO CON MARISCO.
Ya sé que hay muchos recelosos de las cocinas llamadas exóticas, entre ellas la china, pero ahora tenéis la oportunidad de probar un plato chino en vuestra propia casa y elaborado por vosotros mismos. Y deberíais hacerlo siquiera por el trabajo que me costó conseguir que el cocinero me diera la receta, pero al final accedió a desvelarme su secreto (aunque no queráis saber cómo cobró el apuesto asiático).
Todo comenzó por cocer el arroz para tenerlo suelto y lavado cuando hiciera falta y por preparar también unos guisantes y un poco de maíz. Si no queréis que el arroz se almidone demasiado es mejor no moverlo mientras cuece y luego lavarlo en agua fría cuando esté cocido. Esto es un consejo mío y no del chino, porque el chino no daba consejos así porque sí. No sé si habréis comprendido ya (y me vais a permitir que os tutee), que el chino no osó contarme su secreto hasta que yo no osé acceder a tener una cita con él. O sea, que tuve que llevármelo a casa para que en mi propia cocina me fraguara este plato oriental que os cuento. Aunque esto no fue en la primera salida; porque no quiero que penséis que yo meto en mi cocina a cualquiera a las primeras de cambio, no.
El caso es que Xian Lo Pou, que así se llama el tipo, entre intento e intento de magrear mi anatomía (porque voy a ser clara: no eran arrumacos ni carantoñas lo que pretendía mi exótico acompañante, sino un magreo de tomo y lomo), fue sofriendo la cebolleta con un trocito de jengibre, que si no lo tenemos en trozo podemos añadirlo luego en polvo, que lo venden en todos los supermercados, o simplemente prescindimos de él o le añadimos otro condimento aromático. Y con la mano que le quedaba libre iba batiendo los huevos (uno por cabeza) con una pizca de sal y que incorporó a la sartén cuando estuvo dorada la cebolleta, removiéndolos hasta que se cuajaron.
Mi pretensión entonces, con tal de aligerar el acoso culinario que estaba sufriendo, fue la de comprobar si el segundo plato que estaba en el horno recalentándose estaba en su punto. Me agachaba en cuclillas y abría la puerta del horno cuando oí una frase, que aunque en chino me sonó obscena, y que me hizo darme la vuelta y levantarme casi de un salto. Con tan mala fortuna que mi cara (no mi cabeza, ni mi oreja, ni mi nuca, no: mi cara), fue a tropezar, más traumáticamente que otra cosa, con algo blando de su anatomía que quedaba justo a la misma altura que el bosillo del mandil de cocina que se había puesto para no mancharse. La turbación de ambos fue grande. Los colores que a mí me subieron se le bajaron a él y blanco como el arroz recién cocido tuvo que sentarse en una banqueta para recuperar el aliento. Aunque ya en toda la noche no consiguió concentrarse en aquello que había venido a hacer, de lo cual me alegro, sin embargo sí terminó de hacer la cena.
Como pudo, echó las gambas peladas, la carne de cangrejo (rabanitos de mar), los guisantes y el maíz. Lo sazonó todo con una cucharadita de azúcar (el jenjibre en polvo se puede añadir ahora si no lo pusimos antes) y lo sofrió unos minutos (no os paséis demasiado). Luego añadió el arroz suelto y le dio unas vueltas con el resto, sazonando con sal, pimienta y el toque exótico: mi invitado sacó del bolsillo de la chaqueta, con mucho misterio, una botellita pequeña de cristal con un líquido casi negro que resultó ser salsa de soja. Y tanta intriga para luego descubrir que la venden en todos los supermercados y aunque tiene un color demasiado oscuro para nuestros gustos occidentales, da un sabor muy interesante.
El pobre, la verdad es que comió poco porque desde lo del segundo plato cada vez que tenía que moverse, y no digo ya sentarse o levantarse, lo hacía con un claro gesto, guiño más bien, de que las cosas no andaban muy bien por los alrededores del bolsillo del mandil. Pero así son las cosas.
P.D. Advertiros que la salsa de soja la hay también con especias picantes, así que mirad bien el bote antes de comprarla si no os gusta que pique. En cualquier caso tenemos un plato nutritivo, con muchas proteínas e hidratos de carbono y no demasiadas calorías: completísimo. Porque ya decía Confucio que "una cocina sin arroz es como una mujer hermosa a la que le faltara un ojo".
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2003-05-29, 08:16 | 30 comentarios |
> TARTA DE QUESO AL LIMÓN <
Hace mucho que abrí la primera página de mi bitácora, pero no he podido atenderla hasta ahora. Pero os cuento.
El pasado mes estuve en un curso de alimentación sana. El caso es que una de las cosas que se me quedaron es que hay que comer de todo, moderadamente, pero de todo, incluyendo los dulces; que no me voy a engañar, pero es algo que me pirra. Así que ahora, como los mismos dulces que antes, pero me pesa menos en la conciencia porque me acuerdo del muchacho tan majo que nos dio las primeras charlas (es que no me acuerdo como se llamaba); que nos decía eso de que "hay que comer de todo". Y en ese todo entran también las tartas. Y por eso, y por dar sentido al título que le puse a este diario, os voy a contar cómo podéis hacer una: TARTA DE QUESO AL LIMÓN.
No penséis que porque sea tarta va a ser empalagosa, no. Ni porque nos comamos de vez en cuando un trocito vamos a engordar sin tino, no. De lo que se trata es de evitar esas calorías "huecas" que no hacen más que engordar sin aportar nutriente alguno: pastelitos, chucherías, bollería industrial, refrescos... Porque ahora comemos más que hace 60 años, pero comemos bastante peor. En 1938 la dieta media tenía 770 kilocalorías diarias (poquísimo) y ahora tenemos una media de 2.634 kilocalorías (demasiado). Y si no equilibramos las calorías que ingerimos con las que gastamos, pues engordamos. Y no hay más cáscaras.
Pero bueno, a lo que vamos. Lo primero es preparar el molde con la masa y nos vamos a quitar un quebradero de cabeza porque no vamos a hacer bizcocho: un paquete de galletas (200 grs), las trituramos bien; por ejemplo en el accesorio de picar de la batidora se quedan lo cabal. Y una vez despizcadas las mezclamos bien con 100 gramos de mantequilla o margarina fundida al fuego, pero con cuidado que no hierva y se nos queme. Todo bien mezclado, nos queda una pasta con la que forramos el molde, paredes y fondo, prensando bien para compactar.
Y compactos deben estar los ingleses que son los europeos más gordos: alrededor del 20% de los británicos son obesos, mientras que en España tenemos un 14% (que no es moco de pavo tampoco). Por supuesto los americanos se salen de la tabla con casi un 25% de obesos. Y así, es normal que el pasado 26 de noviembre se celebrara el IV Día de la Persona Obesa; precisamente para poder atajar, primero y ante todo, la obesidad antes que aparezca; y en segundo, los problemas derivados. Porque hay que tener en cuenta que el 10% del gasto sanitario total a nivel europeo se destina para paliar los efectos y males relacionados con la obesidad.
Pero como nuestra tarta no nos va a engordar, y ya que tenemos el molde, necesitamos, por supuesto, queso. Lo mejor es usar queso fresco, por ejemplo de Burgos o incluso requesón (250 grs). Lo ponéis en el vaso de la batidora y le añadís, una cucharilla de ralladura de limón y medio vaso de zumo también de limón. Y si no queréis hacer más de un guiño procurad no pasaros con el cítrico, es mejor quedarse cortos. Le añadís también tres yemas de huevo y un chorreón de leche condensada (a gusto de cada uno): la leche condensada le da la cremosidad y el dulce. Se bate bien todo hasta que nos quede una masa cremosa y homogénea. Ahora, como tenemos 3 clara solas, las montamos a punto de nieve. A mano es muy pesado, pero las batidoras tienen un accesorio de varillas que hace maravillas. Y cuando estén montadas se las añadimos a lo batido antes, lo mezclamos bien, pero con cuidado para que no se nos bajen demasiado las claras y rellenamos el molde de galleta. Lo metemos en el horno precalentado a 170 grados durante unos 20 minutos. Sin embargo aquí funciona mejor el ojo que el tiempo. Así que cuando la veamos dorada podemos decir que está, aunque pasen más de los 20 minutos.
Y mientras se cuece nuestra tarta, me estoy acordando del caso de ese pobre niño inglés que denunció a sus padres (¡y cómo no!) porque sólo le daban de comer patatas fritas, y si tenía suerte, alguna que otra salchicha. El pobre llegó a pesar 140 kilos (que se dice pronto) con tan sólo 12 años. ¡Tenga usted padres para esto! Por eso quiero repetir que hay que comer de la forma más variada posible. Y sobre todo los niños son los que más necesitan esa variedad. ¡Variemos nuestra dieta!
Esto parece que está. Sacamos la tarta y que se enfríe. Si lo queremos rápido la metemos en el frigorífico (no en el congelador), porque no pasa nada, que nos lo dijeron en el curso. Y una vez fría, desmoldarla con cuidado y a comer. O si queremos darle un toque más personal, podemos decorarla con una pinceladas de la mermelada que más nos guste.
Si queréis mandarme vuestros consejos, recetas o trucos, ya sabéis donde estoy.
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2003-05-07, 07:11 | 21 comentarios |
> El comienzo <
¡Qué nervios! De verdad. Nunca hubiera creído que esto me pondría tan nerviosa. Porque me he comprometido conmigo misma a reflejar aquí lo que mi vida amorosa y gastronómica me depare. No porque sea una buena cocinera, ni una buena amante. Al contrario si cabe. Pero me gusta comer bien y me gusta probar cosas nuevas... pero tengo muy mala pata con los hombres. ¿Qué le voy a hacer?
Hoy es mi primera publicación y como no tengo mucha idea de cómo funciona esto no sé si va salir o no y prefiero no entrar mucho en materia. Me conformo con poder ver mi bitácora en la lista con el resto de las de blogalia.
Lo que si admitiría son sugerencias y algún que otro consejillo para para poder personalizar este cuaderno. Gracias.
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2002-07-22, 00:21 | 10 comentarios |
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